El Maestro
Prefacio
Su nombre original
se perdió en la bruma d e los tiempos,
allá lejos en el Perú de hace
muchos años, antes de la Conquista de los Españoles, y de la historia que todos ya conocemos.
A nosotros nos llega presentado como El Maestro,
un ser desconocido y ya muy viejo en
ese entonces, a quienes los indígenas adoraban
como a un Dios, y podría decirse que
en esa época prácticamente lo era.
Era un ser maléfico y siempre lo habla sido,
ya inclusive en las leyendas
que hacían los viejos sabios de esas tribus pre-coloniales, de las que solo quedan
sus rastros
en piedra,
en curiosos grabados,
y las tradiciones orales que se
vienen
transmitiendo desde la antigüedad.
Sus dones tenían
que ver con la noche, con la muerte,
o con la ausencia de ella
al dejar de latir el corazón de las personas.
Era el requerido de las tribus que peleaban
contra otras tribus, y con quien
se cambiaba favores cada vez que algo amenazaba
a los grandes hechiceros o brujas de las mismas.
Las leyendas lo mostraban como una criatura
de la noche y la oscuridad, alguien
capaz de matar o de solo quitar
la vida, y en esa época conocían
muy bien la diferencia, un ser de increíble fuerza
y de gran inteligencia, cruel
y despiadado, que sólo buscaba algo entre sus víctimas.
Su sangre.
Todas las culturas de los Andes Centrales tenían
en claro que esa
criatura no había sido humana nunca,
por la que creían que
descendía de los dioses,
o los demonios, según se viese.
Las descripciones variaban enormemente según la región
dónde se lo
estudiara. Algunos decían que media
más de cinco metros, otros diez, los menos algo de tres y medio, pero en lo que si coincidían era en las garras o zarpas que los caracterizaban, capaces de tomar un cráneo humano
y romperlo como una nuez, rematadas
en filosas y perforantes unas que parecían dagas,
tanto o más peligrosas que las de los pumas
o las panteras. Sus ojos
eran negros completamente velados por una película oscura que les filtraba la luz y le permitía
ver de noche tan claro como de día,
y una boca llena dientes muy filosos, casi todos
caninos, largos y muy blancos,
cuya mordida pod1a decapitar a una persona
y vaciarla de sangre.
No hablaba,
como se creía que hacían
los dioses por aquellos días
de la antigüedad de la prehistoria americana, pero podía poner
imágenes y pensamientos en la cabeza
de cualquiera, haciéndose
entender perfectamente sin decir una sola palabra.
Sus servicios a los grandes jefes o caciques a veces eran muy caros,
un costo tan elevado que muchas veces fueron difíciles
de pagar, ya que no todos podrían estar de acuerdo con ello.
Se llevaba un pequeño a sus parajes.
Un niño siempre
fue un precio elevado para cualquiera que tuviera que ofrecerlo, ya que sin ello
la raza podría desaparecer.
El Maestro era un
hábil manipulador y siempre conseguía lo que quería, caso contrario
toda la aldea o
el pueblo que le había llamado y no pagado,
podría desaparecer.
Se contaba
de aldeas completas que habían sido devastadas por El
Maestro,
dónde ni los animales se habían salvado de sus ataques, y
que habían sufrido
lo peor de su furia y maldad desatadas.
Un pasaje de extraños
caracteres hallado en la región más al norte de Bolivia, cerca del Perú antiguo, parecía
una especie de verso que se llamaría
algo así como “tierra de las almas", el
territorio dónde vivía El Maestro
y tenía a sus hijos
que lo habitaban, muchos de ellos antiguos pobladores de
distintas
regiones que
su nuevo dueño había captado en sus
raides.
Eran los no-muertos, las lamas errantes
que vagaban por
yermos terrenos en las rocosas laderas de los Andes, y cuya
humanidad había desaparecido para
no retornar jamás.
Algunos
otros también lo llamaron el “jardín
de las penas ", en franca
alusión a las almas errantes
que habían reclamadas por ese Ser y que ya no regresarían jamás
a la luz..
Distintos jesuitas que recorrieron la región
de, documentando
la existencia de los pueblos originarios de los Andes antes de la llegada
de los conquistadores, recogieron distintos testimonios, en forma de tradiciones orales,
de pueblos que habían estado
en las montañas
desde mucho tiempo
antes, casi perdidos
en el
tiempo, en el que se menciona a un ser que era llamado para
vengar la afrenta de pueblos rivales, o para defenderse de la
amenaza
de algún mal en particular. No había un nombre en
especial que lo reconociera, pero la mayor1a lo denominaba
"El Sabio", o también "El Maestro".
En todos los relatos se lo
mostraba como un ser corpóreo, pero de cualidades superiores a las humanas,
casi como si fuera la creación de un
dios de la oscuridad, ya que solo se lo menciona llegando al caer el día, lejos de la luz, y que cumplía
lo que se pactaba a cambio de una contribución que no era con nada material, como el metal, las telas,
o algún otro objeto, sino hijos muy pequeños que eran
entregados a cambio de sus servicios.
Entre las muchas
y muy variadas e características que se le concedían,
estaba la de ser como
un espectro, capaz de desaparecer o aparecer de repente ante sus enemigos,
lo que hacía imposible
prevenir su ataque o idear una defensa.
Si bien había
algunas muy vagas
y deterioradas representaciones del
mismo, las que mejor
se podían apreciar lo mostraban como
un
humanoide muy alto, casi el doble de la altura normal, y con
rasgos
que no eran humanos del todo, casi simiescos en algún
punto, y cuyas extremidades eran desproporcionadas con respecta a su complexión en general.
Así era la mitología del Maestro, de
ese ser mítico de la
antigüedad, desaparecido de las leyendas y los mitos por miles de años, y ahora en algún lugar de
Sudamérica, creando su propio
dominio, su propia raza.
Qué Dios nos ampare...
Su nombre original
se perdió en la bruma d e los tiempos,
allá lejos en el Perú de hace
muchos años, antes de la Conquista de los Españoles, y de la historia que todos ya conocemos.
A nosotros nos llega presentado como El Maestro,
un ser desconocido y ya muy viejo en
ese entonces, a quienes los indígenas adoraban
como a un Dios, y podría decirse que
en esa época prácticamente lo era.
Era un ser maléfico y siempre lo habla sido,
ya inclusive en las leyendas
que hacían los viejos sabios de esas tribus pre-coloniales, de las que solo quedan
sus rastros
en piedra,
en curiosos grabados,
y las tradiciones orales que se
vienen
transmitiendo desde la antigüedad.
Sus dones tenían
que ver con la noche, con la muerte,
o con la ausencia de ella
al dejar de latir el corazón de las personas.
Era el requerido de las tribus que peleaban
contra otras tribus, y con quien
se cambiaba favores cada vez que algo amenazaba
a los grandes hechiceros o brujas de las mismas.
Las leyendas lo mostraban como una criatura
de la noche y la oscuridad, alguien
capaz de matar o de solo quitar
la vida, y en esa época conocían
muy bien la diferencia, un ser de increíble fuerza
y de gran inteligencia, cruel
y despiadado, que sólo buscaba algo entre sus víctimas.
Su sangre.
Todas las culturas de los Andes Centrales tenían
en claro que esa
criatura no había sido humana nunca,
por la que creían que
descendía de los dioses,
o los demonios, según se viese.
Las descripciones variaban enormemente según la región
dónde se lo
estudiara. Algunos decían que media
más de cinco metros, otros diez, los menos algo de tres y medio, pero en lo que si coincidían era en las garras o zarpas que los caracterizaban, capaces de tomar un cráneo humano
y romperlo como una nuez, rematadas
en filosas y perforantes unas que parecían dagas,
tanto o más peligrosas que las de los pumas
o las panteras. Sus ojos
eran negros completamente velados por una película oscura que les filtraba la luz y le permitía
ver de noche tan claro como de día,
y una boca llena dientes muy filosos, casi todos
caninos, largos y muy blancos,
cuya mordida pod1a decapitar a una persona
y vaciarla de sangre.
No hablaba,
como se creía que hacían
los dioses por aquellos días
de la antigüedad de la prehistoria americana, pero podía poner
imágenes y pensamientos en la cabeza
de cualquiera, haciéndose
entender perfectamente sin decir una sola palabra.
entender perfectamente sin decir una sola palabra.
Sus servicios a los grandes jefes o caciques a veces eran muy caros,
un costo tan elevado que muchas veces fueron difíciles
de pagar, ya que no todos podrían estar de acuerdo con ello.
Se llevaba un pequeño a sus parajes.
Un niño siempre
fue un precio elevado para cualquiera que tuviera que ofrecerlo, ya que sin ello
la raza podría desaparecer.
El Maestro era un
hábil manipulador y siempre conseguía lo que quería, caso contrario
toda la aldea o
el pueblo que le había llamado y no pagado,
podría desaparecer.
Se contaba
de aldeas completas que habían sido devastadas por El
Maestro,
dónde ni los animales se habían salvado de sus ataques, y
que habían sufrido
lo peor de su furia y maldad desatadas.
territorio dónde vivía El Maestro y tenía a sus hijos
que lo habitaban, muchos de ellos antiguos pobladores de
distintas regiones que su nuevo dueño había captado en sus
raides.
Eran los no-muertos, las lamas errantes que vagaban por
tiempo, en el que se menciona a un ser que era llamado para
amenaza de algún mal en particular. No había un nombre en
especial que lo reconociera, pero la mayor1a lo denominaba
"El Sabio", o también "El Maestro".
mismo, las que mejor se podían apreciar lo mostraban como un