lunes, 18 de mayo de 2020

Pandemia 2020 - 10

Día 10



La televisión mostraba lo último de la pandemia, con detalles algo morbosos, pero se notaba que había cierto control en las noticias.
Serena estaba algo inquieta, como si algo estuviera por ocurrir y no supiera bien qué, lo cual me preocupaba bastante, ya que sus cambios de comportamiento habían  sido muy marcados en los últimos días.
Sin ir más lejos el día anterior ya de por sí había sido muy extraño, con esos momento de dudas, esos silencios, y la extraña sensación  de estar escuchando algo que solo ella oía.
La fiebre iba y venía, pero no me tenía tan atontado como el día anterior, era distinto, me sentía algo confuso por momentos, y el dolor de garganta no se había ido, pero respiraba algo mejor y no me había ahogado desde la madrugada anterior.
Por la mañana había ido al chino en busca de las provisiones, todas las que pude traer al momento de sentirme mejor, bien aislado entre máscara de soldador, barbijo, y campera con capucha.
No era exactamente como los eternautas, pero no contagiaría a nadie en el transcurso de mi compra.
La morochita estaba muy triste, ya que no sabía nada de su padre, que había sido trasladado a un hospital en el interior de la provincia, a que los de la zona estaban abarrotados de gente. Creo que mi condición de padre y persona de bien se impuso a los bajos deseos y malos pensamientos que me habían abordado la noche anterior, dónde su anatomía era una imagen que nublaba mis pensamientos, en vez de comprender su situación personal, y verla como una muchacha muy vulnerable.
Me sentía algo mal al recapacitar en ello, pero como siempre, una pizca de masculinidad me asaltó al verla tan linda con su delantal y esos ojos tan brillantes.
Sin embargo las prioridades eran otras, y había que ponerse a trabajar.
Compré todo lo que me alcanzó el dinero, y también lo que me daba para cargar encima, si bien es taba cerca, no era para andar con todo que se me cayera por el camino.
Había suficiente  para un buen tiempo, tal como se veía con los otros compradores, que estaban llevando al igual que yo, más de lo que seguramente necesitaban.
No se sabía cuánto duraría esto, pero era seguro que daba para mucho, a juzgar por cómo se informaba en la tele, y en las mismas conferencias de prensa que daba el gobierno.
Ya en casa me había puesto a cocinar y preparar bastante comida, tanto para el freezer, como para la heladera nomás, cosas listas para cocinar o freír en minutos, junto con varias pre-pizzas que dejé listas para meter al horno, bien envueltas en film.
Serena tendría clases de cocina fast food en breve, sumadas a las del colegio que iban menguando a mediada que los profesores dejaban de subir tarea a la plataforma del colegio, por enfermedad en muchos casos, o por diversos problemas, que la institución listaba de forma periódica en los mails o el Facebook del colegio.
Carmen me preocupaba, seguía sin llamar a nadie. Ni a Serena ni a mí. En la oficina no sabían nada de ella ni su jefe, era como si hubieran desaparecido.
Aquél no era el único caso, hubo muchas personas que se habían esfumado en el aire al momento de decretarse la pandemia. Algunas que habían caído en hospitales o asilos, y otras que simplemente ya no se las hallaba en ningún lado.
Los diarios y los noticieros apenas si lo mencionaron al principio, pero con la velocidad a la que los hechos se iban desarrollando, era imposible seguir con temas que requerían tanto trabajo de investigación como aquél, teniendo noticias muy calientes a cada momento.
Sin embargo yo no me olvidaba de ello.
Mi mujer estaba en esa lista, aunque de forma tangencial, ya que hacía un día nomás que se había , dado parte a la policía. Me habían llamado un par de veces, una de las cuales estaba durmiendo con fiebre, y Serena contestó hasta dónde pudo.
Por la tarde hubo gritos en la cuadra, ruido de frenos a mitad de cuadra, y luego sirenas que venían a toda prisa hacia nuestra cuadra.
Una persona se había en la calle para no levantarse más.
Desde la ventana no podíamos ver bien que sucedía, el ángulo no era bueno ni ahí, solo nos dejaba ver la culata de un auto atravesado en la calle, y  las voces de varias personas que gritaban algo en las radios que llevaban.
El celular me sonó y pude constatar que era de un vecino que justo lo tenía todo en frente de su ventana, a la cual tuvo la velocidad de bajar las persianas, dejando solo una rendija para poder espiar, a sabiendas que cuando llegara la policía, seguramente tantearían todas las puertas y ven tanas para ver quien estaba tratando de ver algo.
Un hombre venía del súper de la otra cuadra, hombre con mucho dinero se notaba, a juzgar por los precios de ese local, cuando cayó de forma abrupta de cara contra el suelo, y allí se quedó.
No era un hombre mayor ni nada, tal vez unos cuarenta años, decía este vecino, y él se aprestaba a llamar a la emergencia, justo cuando un auto doblaba la esquina y encaraba nuestra calle.
De allí en más era como lo sentimos nosotros.
Le pregunté si el hombre se levantaba o no, si se movía, a lo que me refirió que de ninguna manera,
evidenciando que en su caso no había tenido experiencias con reanimación luego de la primera muerte.
En ese mismo instante la televisión mostraba varios casos de personas que iban cayendo súbitamente en las calles, sin preaviso o nada que lo motivara, y sin volver a moverse más.
Inmediatamente varias señales fueron sacadas del aire, y sus noticieros reemplazados por publicidades que se hicieron eternas hasta lograr iniciar algún otro programa que llenara el espacio.
Todo estaba muy controlado, hasta tal punto que la señal de WhatsApp también cayó, y no pude chatear más con ml vecino.
Algunos mensajes que Serena estaba enviando y recibiendo también quedaron truncos, con lo que cualquier teoría conspirativa tenía mucho asidero.
El ciber-patrullaje estaba a full nuevamente.
Patrullero y ambulancia llegaron en minutos, con lo que se activó el protocolo de emergencia en la calle misma, y se montó un operativo especial para cubrir y retira al hombre.
Los policías ponían especial atención a las ventanas y las persianas que aún no estaban bajas, a cuyos propietarios les indicaban con megáfono que las cerraran.
Busqué en un cajón una vieja radio que tenía de cuando era chico, una Spica que perteneció a mi viejo, y que con dos pilas doble A funcionaba de maravillas.
Allí capté una emisora que estaba trasmitiendo desde algún lugar recóndito y muy bien oculto, en el cuál varios jóvenes contaban lo que estaba ocurriendo en varios lugares del país, sin omitir detalle alguno, ni guardarse opiniones que surgieran de ello.
Tal vez la frecuencia o la localización no les fuera fácil a los equipos que estaban interviniendo todas las emisoras y los canales de televisión, ya que hablaban sobre los "centros", donde la gente que estaba enferma era llevada, pero en especial aquellos con marcas como la que tenía en esos momentos.
Esos en especial eran los más buscados, ya que era algo que se salía de la normalidad del común de la gente enferma.
Recordaba que mi hija me comentó de la foto que habían sacado de esa vena negra que me recorría  el cuello, y que estaba un poco más negra todavía.
De acuerdo a estos chicos, esos centros no se ocupaban de gente enferma, o de tratarlos, estaban para aquellos que tenían esas características, como en mi caso.
Eso me daba mucho miedo.
No me podía escapar, no tenía dónde ir, y ellos tenían absolutamente todo controlado. No tenía escapatoria, y era consciente que sabían de mí. Solo porque mí temperatura no era lo que ellos consideraban suficiente, y solo era una vena, no me habían  trasladado al carperío del otro lado de la vía.
Lo peor del caso que seguía sin sentirme bien para nada.
Pero mi preocupación era mucho mayor, debido al descubrimiento que había realizado esa mañana en el espejo del baño.
Había más marcas en cuerpo.
Acomodando los espejos laterales del botiquín sobre el lavatorio, pude verme la espalda, contemplando con mucho espanto esas venas tan negras y feas recorriendo desde la altura de los riñones hasta la base de la nuca.
Tres eran las más notorias, y una estaba a mitad de camino, casi llegando a los omóplatos, lo que le conferían una importancia mayor a la que ya tenían.
No le dije nada a mi hija, y traté de no aparecer con el torso descubierto cerca de ella, ni lejos tampoco.
Por qué eran tan especiales esas marcas? Qué le conferían a los infectados?
De acuerdo a lo que iba oyendo, un miedo paralizante iba creciendo en mi interior, una sensación muy fea de soledad, de desasosiego, pero sobre todo algo que jamás me había ocurrido, la vida. Por primera vez no veía un futuro posible, no tenía esa sensación de salida, de mejora, algo que siempre me había caracterizado, porque creía que siempre había salida a cualquier situación, siempre había varias soluciones para el mismo problema, hacía una reducción a lo esencial cualquier situación para poderla abordar, en mi cabeza había una idea de lo que haría más adelante, de lo que me gustaría hacer, de lo que haría para mi hija, para mi vida, para Carmen inclusive, pero en esos momentos solo veía negrura, la nada misma. Aquello era lo peor.
Nada me hacía ver cómo salir de esta situación, al menos en lo personal, pero ni siquiera como haría Serena, sola en medio de esta pandemia, con todo en contra, sin nadie que la ayudara o cuidara de ella, tan solo con doce años, pero doce de los de ahora, en los cuales ellos necesitaban asistencia para todo, dónde no le $importaba el cómo o el porqué de las cosas, sino su vida útil y nada más, dónde estaba servido y listo para usar, para comer, o para vivir.
Ella y su generación no tendrían más a los que les habían todo, a los que los mantenían, más allá que hubiera algunos a la vieja usanza, que se daban maña para cualquier tema, pero eran los menos debía resistir todo lo que pudiera, todo lo que me dieran las fuerzas, ante un enemigo que no se veía, que entraba a tú cuerpo por dónde menos lo imaginabas, y que te iba minando de a poco en algunos casos, y de forma fulminante en otros.
Serena también escuchaba con atención, algo que no siempre sucedía en los últimos tiempos, dónde no importara que es lo hiciera, ella seguía en sus asuntos, sin darle mayor importancia al entorno dónde estábamos. Pero esta vez la situación era grave y ella lo entendía.  Había pasado mucho en pocos días, más de que había pasado en el último año, y todo se había precipitado de manera muy veloz.
Había un control muy férreo sobre las comunicaciones, sobre las noticias de último momento, y un discurso que se orientaba a mantener las cosas en una calma que a todas luces no existía.
La gente se moría en cualquier parte, y se manifestaba ello de maneras muy extrañas, casi fantásticas e irreales.
Las redes filtraban imágenes y vídeos que a veces eran muy perturbadores, más allá de su veracidad o no, estaba la sensación que dejaban, cuyo correlato era el despliegue de fuerzas militares y de seguridad, la forma en que hacían los distintos operativos, o la recolección de los cuerpos que se denunciaban en las calles, aquellos que se levantaban luego de haber estado muertos, y solo se movían unos minutos para volver a morir, esta vez definitivamente.
Tampoco concordaban los números de los infectados y los muertos, con los hacinamientos en los hospitales y los improvisados centros de emergencia, pero sobre todo, esos "centros", que eran territorio exclusivo de científicos que trabajaban en el total anonimato, y con la mayor de las custodias.
La señal de radio iba y venía, víctima de miles de interferencias, tal vez naturales o provocadas y que a veces la hacían perder, pero cuando aclaraba era dónde las cosas sonaban peor.
Habían recabado muchos informes de gente con esas extrañas marcas, gente que iba cambiando lentamente, y cuyo cuerpo se deterioraba con rapidez, pero hasta dónde ellos sabían, luego de eso la mayor parte era hallada por los militares y la policía, con que dejaban de saber sobre su paradero.
Allí eran dónde eran llevados a  los "centros", en los cuales el secreto y la férrea vigilancia ha cían imposible saber sus actividades.
En algún momento el sonido a fritura nos dejó sin radio, sólo un ruido bajo y un silbido agudo que pareció eternizarse hasta que la apagué.
Habían logrado interferir la señal.
La televisión estaba dando publicidades, algunos canales daban documentales muy viejos, y otros ponían reposiciones de viejas entrevistas a distintos personajes de la cultura o el mundo artístico.
No había informativos por el momento.
En las redes la lucha continuaba entre los hackers y el gobierno, la guerra contra el ciber patrullaje era feroz, pero los que tenían la mano en el interruptor eran los que gobernaban, a veces se cortaba internet y las cosas se enderezaban de nuevo.
En el norte de América las cosas se habían salido de cauce desde el vamos, y en Europa los brotes y rebrotes estaban haciendo estragos.
No se podía creer lo que venía de China, afirmando que estaban controlando la pandemia, y se disponían a pasar a una nueva fase de apertura. Se decían que en realidad estaban peor.
Con la radio llena solo ruidos a fritura, mi sentidos volvieron a la realidad, lo que me llevaba a apagarla pero no  sin antes intentar buscar alguna otra emisora que también estuviera emitiendo  en alguna banda menos  frecuente.
Moví el dial con lentitud extrema, afinando el oído en busca de algún sonido que semejara una voz, hasta que al final, casi cuando desistía  de ello, una verborragia atronó en el parlantito.
Una señal evangélica.
El Pastor vociferaba  contra los infieles, contra los no creyentes, contra aquellos otros que se burlaron de las enseñanzas de  Dios, desafiando sus  doctrinas y  enseñanzas, desviándose del camino que El nos habla señalado, y  que la pandemia que estábamos sufriendo era consecuencia directa de ello.
Nada era al azar, decía el pastor, nada era fortuito, era el castigo por nuestra soberbia, nuestra dejadez, nuestro abandono de lo que nos rodeaba,  pero sobre todo, por nuestra falta de Fe.
Dios nos estaba castigando, y eso era evidente en las escrituras que así !o mencionaban, algo que estaba escrito desde el comienzo de los tiempos, el castigo  que sobrevendría a aquellos que desafiaron las sagradas enseñanzas, y  que serían sumidos en la más profunda de las catástrofes, en las de la propia impotencia.
Serena llegó y me apagó la radio, su rostro era una máscara  extraña e irreconocible.
-Hoy no escuches eso Pá…
Nos quedamos un momento en silencio, cada uno tratando de adivinar los pensamientos del otro, debida a una acción que desconocía en ella.
Era la primera vez que algo así sucedía…
Intente preguntarle el porqué de su acción, a lo que negó suavemente con la cabeza.
=Después... - Me dijo con suavidad
Y acto seguido se llevó la radio.
No discutí la situación, sino que dejé que todo siguiera su curso. No había necesidad  de entrar en un terreno que no estaba seguro de querer reconocer.
La actitud era por más extraña era cierto, pero algo dentro mío me indicaba que no debía tratar de escarbar en el porqué de ello.
Sí me asustó su expresión, esa mirada tan rara que no era conocida de ninguno ocasión, y que evidenciaba su disgusto a los que el pastor estaba diciendo en esa radio.
Dejamos las cosas  como estaban, cada  uno con lo suyo, ella en su teléfono de a ratos, y yo con la televisión mirando cosas viejas que estaban reponiendo.
La tarde transcurrió sin mayores problemas, salvo la pequeña siesta que tomé a eso de las cinco de la tarde, y una merienda muy silenciosa, dónde no hablamos de nada importante, como si fuéramos dos desconocidos que la tragedia habla reunido en esa casa.
La fiebre empezó a subir casi entrada la noche, en los 38 y medio, y un poco de agitación al respirar. Todavía era controlable, con la ayuda del antipirético, por lo que no consideré necesario llamar a la emergencia o el número que le habían dado a Serena.
Preparamos algo muy rápido, unas hamburguesas con un poco de puré, del instantáneo como le gustaba a ella, y un poco de tomate para mí. Agua saborizada fue lo común para ambos, pero nada de postre.
Luego de la comida me quedé con la tele, cuyos noticieros estaban contando una versión edulcorada de lo que sucedía con los contagios, mientras el sonido de las sirenas de las ambulancias estaba eclipsando cualquier otro que ocurriera a la par.
En  algunos balcones del edificio lindero se oyeron gritos e  insultos, varios gritos de susto denotaban mujeres que estaban ante alguna situación desagradable, pero nada de eso me conmovió, era como si todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor fuera intrascendente, como si no me afectara en lo más mínimo.
Tuve la sensación de estar en algún lugar muy alto, muy lejos de todo, con el sol del amanecer dándome de lleno  en el rostro, sintiendo la brisa mientras el aire fresco me envolvía en un  último abrazo.
Loa sonidos se fueron apagando, y solo quedó el  lugar tan alto, desde dónde se veía toda la ciudad al amanecer.
Era un espectáculo grandioso, único. El amanecer en todo su esplendor, sobre una ciudad vacía, una ciudad sin vida, solo la brisa de la mañana y  el rumor del viento suave en los oídos.
Luces brillantes surgían entre las casas, entre los edificios, luces que se movían por las calles y entre los autos estacionados, que tal vez nunca más se volvieran a mover.
Eran como auras, resplandores pequeños desde esa altura, que aparecían en distintos puntos de esa ciudad desolada, como seres vivos, como entidades que ahora eran las soberanas de ese cementerio de concreto, en un mundo que ya no tenía nada que ver con el que yo conociera.
Esas auras no éramos nosotros, ni siquiera alguien que conociéramos como otros seres humanos, eran algo distinto, algo que venía a quedarse con este mundo, a reemplazarnos, a cambiar las cosas, los verdaderos herederos de la tierra.
Sobre el horizonte una nube oscura surgía y se agrandaba en mi visión. Un fenómeno que no era nada bueno, y vaticinaba malos presagios.
Un sonido estridente iba creciendo a medida que la nube avanzaba, un sonido familiar y a  vez temible. El rostro de Serena iba cobrando forma entre mis ensoñaciones, un rostro triste y lleno de lágrimas.
La nube se convirtió en una tormenta, cubriendo todo ese hermoso cielo azul que viera hacía unos momentos, a medida que ese estridente sonido colmaba mi mente.
El sacudón me despertó, trayendo a la realidad mi mente y mis pensamientos. El rostro de mi hija era una máscara rara de dolor y desamparo.
-Es la policía, Papá. – Me miraba como sabiendo de antemano lo que esa llamada significaba
Aún víctima de mis desvaríos por la temperatura, me levanté y acudí al aparato de línea, un objeto que también podría llamarse en vías de extinción.
-Buenas noches, sr… -La voz fría e impersonal – Le habla el comisario…. En relación a la denuncia sobre la desaparición de su esposa, queremos informarle…
Serena rompió en llanto como si estuviera pegada al auricular, y no sentada a tres metros mío, las palabras que siguieron o eran más que una idea que tuve de pasada cuando ya Carmen no contestaba los mensajes. 
Los informes del nosocomio dónde habían estado internados junto con su jefe, eran determinantes. Ambos habían sido infectados y habían muerto.
La nube era una tormenta, y en ese preciso momento, durante aquella conversación telefónica, se estaba desatando la última tormenta de la Humanidad.
De Esta Humanidad.



























































viernes, 8 de mayo de 2020

Pandemia 2020 - 9

Pandemia 2020 - 9

Día 9



Habíamos   hecho las  consultas  online,  desde la  nueva aplicación  que  tenía la prepaga, y si  los  síntomas  continuaban, enviarían  una  nueva unidad  de  los llamados   covides,  las  ambulancias que   venían  a  revisar  los posibles casos de virus en  las casas de  los sintomáticos, y  que si el caso requería de internación, cargaban al  paciente y  lo trasladaban.
Había   fiebre, me ahogaba, tenía  dolores en   el  cuerpo, los mismo  casi que cuando tenía gripe común, dolor  generalizado  y  decaimiento general.
Nos  habían  hecho el  hisopado,  y  esperábamos los  resultados para dentro de un par  de  días  a  lo  sumo.
Por suerte  habían descentralizado  los  análisis de   coronavirus  del Malbrán, lo que agilizaba el tema  de   los test, y  por  otro  lado  aumentaba el  número de casos confirmados, al  hacerse más  amplio el  muestreo de  gente y casos.
Yo  estaba en  esos guarismos, un  número más  entre los que el virus había  hecho mella.
Y si  bien tenía  miedo, lo único que me preocupaba era la salud de Serena,  ya todavía no  había noticias de su madre.
Intentamos varias veces con  el mismo  resultado, cero en  todas,  inclusive  en el laboratorio tampoco   podían darnos una   respuesta a  lo que le preguntábamos. No tenían noticias de  ellos,  por lo que estuvimos a punto de llamar a la policía  y denunciar   su desaparición,  cosa que los del laboratorio desaconsejaron en principio, hasta que ellos mismos no hubieran hecho las  averiguaciones necesarias.
Se  sabía que tanto ella como  su  jefe   habían salido de la oficina  la noche anterior  al discurso del presidente, y solo  teníamos el  mensaje a Serena para que viniera a casa con  el auto que dispuso el laboratorio.
Luego de  eso,  nada.
Había  que comprar algo en el  chino, pero supuestamente no  podía  salir dado el estado  sospechoso de mi  caso, y por lo que   supuestamente tendría una custodia en  la  cuadra,  cuando no en mi  puerta.
Efectivamente  duró   algo así como  una  hora veinte  minutos, y  luego se fue en un  móvil que pasó a buscarlo.
Estaba  libre  otra vez. O  como  sea que  se  entendiera la libertad en medio de una  pandemia.
No podía arriesgar a mi hija saliendo de casa, a  más  que   ella no  podía salir por una cuestión de edad, al ser menor, y  no  contaba con   buenos vecinos  que me pudieran hacer las  compras.
Había que arriesgarse  sin contagiar a  nadie,  debía estar  bien aislado  y no acercarme a nadie,  al  menos  a  dos metros como  mínimo. El tema era que pudiera con mi humanidad para  llegar a caminar una cuadra.
Decidí  esperar y descansar un  poco.
En  el entretanto buscamos  un  microondas que había  quedado guardado de  hacía mucho  tiempo, algo que Carmen nunca quiso  usar,  vaya a saberse  por qué.
Serena lo  estudió  un  poco, pero no  tanto como  para hacerse con  él,  sino por pura curiosidad. Era un  elemento raro  que  estaba pasando de  moda, a  pesar  de ser un  artefacto  contemporáneo.
Ahora el  boom  eran los  hornos eléctricos,  fogoneados  por  los  tantísimos programas de  gastronomía que  pululaban por el  cable y  cualquier señal que tuviera un espacio para hacer un  micro de  media  hora.
Para los  milenialls  como  mi  hijaeso era un  programa  más  en la poca tele que veían, ya que sus redes eran todo lo  que   necesitaban. Estaba  su  Likee, Tik Tok,  Facebook,  e  Instagram, suficiente  para  comunicarse y  crear  un  mundo propio, casi  ajeno a todo lo  que  sucedía  en el mundo real. O  mejor dicho en nuestro mundo real, que no siempre era  el  mismo.
Por momentos  noté que algo sucedía con  ella,  algo que no tenía que ver con  su estado de salud, sino tal vez con sus emociones, o  el encierro obligatorio al que se había visto  reducida en  los  Últimos días, con  los consiguientes hechos acaecidos en ellos.
Había momentos en que se quedaba muy quieta y en silencio, como pensativa,  como si  estuviera  recordando algo de hacía mucho,  tal vez  cosas vividas  con  su madre, o  recuerdos de  cuando era  más chiquita,  cosa que no me atreví  a preguntar,  pero que   estaban  allí, y de las que salía con un gesto de cabeza,  para seguir con  sus cosas .
Dormité  varias veces, en  parte por la fiebre que iba y  venía, y en  parte  porque mi organismo  lo pedía a  gritos, y no  tenía mucho  que hacer. En  mi  trabajo la experiencia online no servía,  era bien presencial,  y  en la zona no había el  suficiente  caudal de gente como  para justificar  que  concurriéramos,  si así lo dispusiera el gobierno, al  exceptuar nuestra actividad.
Por la tarde desperté algo más recuperado,  con  menos dolor de garganta, el cuál no se había  ido para nada, y  bastante  menos   temperatura .
Serena se  ofreció  a  hacer un café en  la cafetera eléctrica,  algo que no requería de habilidades especiales,  y  que ya habla acometido  desde más  chiquita. Agradecí el  gesto y  la colaboración,  aunque seguía sintiendo  que  algo estaba cambiando  en  nuestra relación,  algo que no entendía,  pero  que tal vez  pronto se viera reflejado  en  alguna situación cotidiana.
Estaba preocupada por su  madre, eso era  claro,  pero no en  la dimensión que yo esperaba. Estaba  bastante  pendiente de mi estado,    y  si bien lo que  había  ocurrido  hasta ahora la había asustado,  parecía haberlo asimilado bastante bien.
-Pá ... ?   Qué  pasaría si  me quedo sola…?
La pregunta me tomó  por sorpresa, casi tan a bocajarro,  que  a punto estuve de llegar agarrar la taza que me ofrecía.
-Qué   decís...?  Cómo  quedarte sola…?  Eso no va a pasar. Me voy  a poner mejor y seguramente  mami te va a llamar en   cualquier momento…
Ella  se quedó pensativa un momento, como si oyera algo que mis  oídos no captaban.
-Y si  no  llama …?
Desde el comienzo de esto ella no había dado señales de vida. Pero en el fondo esperaba que lo hiciera. Aunque ya era preocupante.
-Te va a llamar. Seguro que en breve tendremos noticias de ella.
Me miró algo esperanzada,  aunque no era seguro nada en estos días. Había pasado tiempo, era raro que ni siquiera un mensaje por celu para decir le dónde estaba, que le pasaba, o solamente para mandarnos a los dos al carajo y que no la molestáramos.
No era propio de ella, eso era claro. En ese punto la conocía muy bien, no iba a dejar a su hija así como así, sin hablarle aunque fuera una vez para que no se preocupara.
El hecho de haberla enviado a casa hablaba de su interés por que no tuviera que estar sola en ningún momento.
El café era reparador, caliente y  dulce, algo que me reconfortó bastante, pero que a su vez me despabilaba lo suficiente como para que mis sentidos estuvieran atentos a los requerimientos de ella, algo que podía ser repentino y  como casi siempre, difícil de contestar.
-Y si nos quedamos solos Pá...? Y si todo esto no se termina cuando dice el gobierno…?
Hablaba como si estuviera viendo algo que se me escapaba, y  no solo a la vista.
-Y si eso pasa, qué vamos a hacer…? Pensaste eso...?
-No. No pensé en eso porque no va pasar. La pandemia comenzó con el bendito murciélago de los chinos, y  se va a terminar. Más tarde? Más temprano?  Esa no lo sé. Creo que nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero va a pasar, hija.
Me sentía un tanto hipócrita al decir eso. No sabía si sería cierto o no, pero no podía dejar que las ideas extrañas que parecían bullir en su cabeza fueran haciéndose una bola de nieve gigantesca, que desembocara en una especie de paranoia, que no era nada aconsejable y  tampoco saludable a su edad.
A pesar de mi estado algo confuso, me daba cuenta que algo estaba obrando en su mente, alguna idea tal vez producto del aislamiento y los sucesos, o tal vez algo propio de su edad en estas condiciones.
Nunca antes se había pasado por esto, jamás estuvimos en esta situaci6n, por primera vez el hombre moderno, la humanidad moderna toda, se veía atada de pies y manos ante un enemigo invisible, minúsculo, impalpable, una amenaza real que solo estaba en nuestra mente más que en nuestros sentidos, ya que no podíamos percibirlo.
De allí que no supiéramos como atravesar distintas situaciones, ni manejar muchas otras, en especial dónde había menores en medio, obligados por los gobiernos democráticos y  en estado de derecho, a tener que recluirse en sus casas, como si de algún régimen autoritario se tratase.
Y yo estaba en esa situación.
Una millennial en manos de un Neandertal como yo, era de por si una combinación problemática. Sobre todo por el tiempo que habíamos estado separados en el último año, algo que para mí eran solo meses y días, y para ella eran siglos en cuanto a lo que vivían en su micro mundo.
O tal vez no tan micro.
El teléfono interrumpió varias veces nuestra charla, siempre el servicio de sanidad, controlando que me mantuviera en casa y no fuera otro más de los que se cagaban en todo y salían a pesar de saberse en problemas.
Casi como si me leyeran la mente.
Aquello, lejos de hacerme reflexionar sobre lo que tenía en la cabeza, me hizo recordar que había un número telefónico en la heladera, el que me dieran los antiguos chinos dueños del súper, que ya para esta época había cambiado tres veces de dueño. O no.
Los chinos se pasaban los fondos de comercio unos a otros, por lo general eran familiares, que a su vez compraban o cambiaban otro fondo de comercio en otro barrio, o en la misma zona, pero lejos del negocio anterior. Eso explicaba como aparecían en un dos pesos los mismos que antes tuvieron un súper, o los que se vieran por años en una regalaría.
Aproveché la inspección telefónica, para buscar el número y  llamar.
Me atendió una vocecita que me resultó familiar, tanto por el timbre como por acento. Obviamente no era ninguna de las orientales.
La bolivianita de la verdulería estaba de telefonista.
Debería haberme sentido una porquería machista, ya que no hacía ni unos minutos era el padre preocupado por su hija y su ex-mujer que no daba señales de vida, pero bastó que la morochita atendiera para que mi mente pensara en ese trasero al otro lado del delantal.
Los  tipos no le damos pelota a nada. Es única nuestra capacidad para desconectarnos de algo y  pasar al tema siguiente, o tal vez ni siquiera al siguiente, a otro completamente diferente.
Al fin de cuentas, si me moría, al menos habría dedicado mi último pensamiento a ese trasero horas antes de mi partida.
Pero con la misma facilidad que parte de su anatomía me había revuelto los pensamientos, la noticia de su padre enfermo me sacó hacia otros senderos, ya que se notaba la preocupación en la voz. Estaba asustada y los servicios de salud estaban hasta las manos, cosa que sabía por experiencia propia. La prepaga tendría que derivar a su padre al sistema público de emergencia.
Siempre sospeché que estaba  floja de papeles, cosa que me confirmó abiertamente, aunque con algo de vergüenza, ya que algo de mí se notaba que le gustaba. Eso era un problema en otro ámbito, pero ante la emergencia y la escalada de casos, especialmente en los barrios más humildes, o los asentamientos, no se preguntaba tanto sobre el estado de su nacionalidad actual.
Pero en el orden de prioridades estaban primero los adinerados, los políticos, clase media, nacionales, y muy luego los que no.
Coincidimos con ella que eran muy pocos días para semejante zafarrancho, para tantos contagiados, muertos, internados, y para un gobierno que decía que la curva venía bien. No se sabía a qué curva se refería.
Un sonido me refirió a la realidad que la fiebre y  el adormecimiento me habían hecho perder.
Las sirenas.
Una mirada a Serena fue suficiente para que ella me dijera la cantidad de veces que las había escuchado en el día, y   fueron muchas.
Desde cuando en Caseros se habían oído tantas veces y tan seguido, ni cuando jugaba Estudiantes de Bs As o Almagro y   había mucho bardo  siquiera.
A pesar de mi estado casi superfluo, notaba que la mayoría se perdía para el lado de la Municipalidad;
-Vio lo que pasa del otro lado? En el playón?
Su pregunta tímida casi me hace contestar, pero callé.
-No. La verdad es que hace días que no voy para el lado de la estación.
Del otro lado hubo sonidos a pañuelos de papel que enjugaban alguna lágrima. La pobrecita estaba preocupada por su padre, y   era muy notorio.
-Habían puesto una carpa muy grande, y  muchos tipos cubiertos con unos trajes blancos. De esos aislantes. En estos días empezaron a caer muchas ambulancias y parece que se llenó de gente. Trajeron mucha policía y   gendarmería para que nadie se acerque.
Eso más o menos lo sabía, pero no lo que venía a continuación.
-Dicen que solo dejan a enfermos especiales, algunos que tienen síntomas que no son tan comunes como el resto.
Recordé la línea que me viera en el espejo al levantarme la noche anterior.
-Está lleno de esos
Unas voces le hablaron desde lejos, por lo que se disculpaba por tener que cortar, a lo que solo le pedí el horario real de cierre de ese día, no el que estaba en el cartelito y  no le daban bola, con lo cual le agradecí y  prometí ir a verla aunque fuera un ratito.
Serena me tomó la fiebre y estaba casi normal, aunque el mareo y  el dolor de cabeza no se me iban del todo. Pero la garganta todavía seguía molestando, a pesar de un antibiótico que me había auto medicado, y  que varias veces me sacó del paso cuando tuve que ir a trabajar como fuera.
Mientras guardaba el termómetro le pregunté si habían dicho algo de la línea negra que tenía en el cuello.
-Sí. Algo se dijeron entre ellos. No te acordás ?
Realmente no tenía registro que hubieran dicho otra cosa que lo recordado.
-Es más. Uno te sacó una foto con el celu bien de cerca. Se dijeron más cosas por lo bajo, pero trataron de no decir nada que atrajera a uno de esos tipos que había afuera, unos todo aislados en trajes especiales. Como los decís vos. Los Eternautas.
Mi expresión  pareció haberla asustado. No tenía ni el más mínimo registro de lo que me estaba diciendo. Como si hubiera sido otra la situación que había vivido. Qué tan mal estaba…?
-Había dos afuera, papá.
Me quedé en silencio un momento.
De pronto sentí un miedo que iba creciendo sin control. Y Carmen que no aparecía...
Tal vez fuera mejor que dejara mi incursión en el súper para el día siguiente

Inspiraciones 5

    A veces una máquina de escribir es una buena historia en sí misma.  Y ésta lo es. Luego de Pandemia 2020, una historia obviamente nu...