Día 9
Habíamos hecho las
consultas online, desde la
nueva aplicación que tenía la prepaga, y si los síntomas continuaban, enviarían una
nueva unidad de los llamados
covides, las ambulancias que venían
a revisar los posibles casos de virus en las casas de
los sintomáticos, y que si el
caso requería de internación, cargaban al
paciente y lo trasladaban.
Había
fiebre, me ahogaba, tenía dolores
en el
cuerpo, los mismo casi que cuando
tenía gripe común, dolor
generalizado y decaimiento general.
Nos
habían hecho el hisopado,
y esperábamos los resultados para dentro de un par de días a
lo sumo.
Por suerte habían descentralizado los
análisis de coronavirus del Malbrán, lo que agilizaba el tema de
los test, y por otro
lado aumentaba el número de casos confirmados, al hacerse más
amplio el muestreo de gente y casos.
Yo
estaba en esos guarismos, un número más
entre los que el virus había hecho
mella.
Y si
bien tenía miedo, lo único que me
preocupaba era la salud de Serena, ya todavía
no había noticias de su madre.
Intentamos varias veces con el mismo
resultado, cero en todas, inclusive
en el laboratorio tampoco podían
darnos una respuesta a lo que le preguntábamos. No tenían noticias
de ellos, por lo que estuvimos a punto de llamar a la policía y denunciar
su desaparición, cosa que los del
laboratorio desaconsejaron en principio, hasta que ellos mismos no hubieran
hecho las averiguaciones necesarias.
Se
sabía que tanto ella como su jefe habían
salido de la oficina la noche
anterior al discurso del presidente, y
solo teníamos el mensaje a Serena para que viniera a casa
con el auto que dispuso el laboratorio.
Luego de eso,
nada.
Había
que comprar algo en el chino, pero
supuestamente no podía salir dado el estado sospechoso de mi caso, y por lo que supuestamente tendría una custodia en la
cuadra, cuando no en mi puerta.
Efectivamente duró
algo así como una hora veinte
minutos, y luego se fue en
un móvil que pasó a buscarlo.
Estaba
libre otra vez. O como
sea que se entendiera la libertad en medio de una pandemia.
No podía arriesgar a mi hija saliendo
de casa, a más que
ella no podía salir por una cuestión
de edad, al ser menor, y no contaba con
buenos vecinos que me pudieran
hacer las compras.
Había que arriesgarse sin contagiar a nadie,
debía estar bien aislado y no acercarme a nadie, al
menos a dos metros como mínimo. El tema era que pudiera con mi humanidad
para llegar a caminar una cuadra.
Decidí
esperar y descansar un poco.
En
el entretanto buscamos un microondas que había quedado guardado de hacía mucho
tiempo, algo que Carmen nunca quiso
usar, vaya a saberse por qué.
Serena lo estudió
un poco, pero no tanto como
para hacerse con él, sino por pura curiosidad. Era un elemento raro
que estaba pasando de moda, a
pesar de ser un artefacto
contemporáneo.
Ahora el boom
eran los hornos eléctricos, fogoneados por
los tantísimos programas de gastronomía que pululaban por el cable y
cualquier señal que tuviera un espacio para hacer un micro de
media hora.
Para los milenialls
como mi hija,
eso era un programa más en
la poca tele que veían, ya que sus redes eran todo lo que
necesitaban. Estaba su Likee, Tik Tok, Facebook,
e Instagram, suficiente para
comunicarse y crear un
mundo propio, casi ajeno a todo
lo que
sucedía en el mundo real. O mejor dicho en nuestro mundo real, que no
siempre era el mismo.
Por momentos noté que algo sucedía con ella,
algo que no tenía que ver con su estado
de salud, sino tal vez con sus emociones, o
el encierro obligatorio al que se había visto reducida en
los Últimos días, con los consiguientes hechos acaecidos en ellos.
Dormité varias veces, en parte por la fiebre que iba y venía, y en parte porque
mi organismo lo pedía a gritos, y no
tenía mucho que hacer. En mi
trabajo la experiencia online no servía, era bien presencial, y en
la zona no había el suficiente caudal de gente como para justificar que concurriéramos, si así lo dispusiera el gobierno, al exceptuar nuestra actividad.
Por la tarde desperté algo más
recuperado, con menos dolor de garganta, el cuál no se había ido para nada, y bastante
menos temperatura .
Serena se ofreció
a hacer un café en la cafetera eléctrica, algo que no requería de habilidades
especiales, y que ya habla acometido desde más
chiquita. Agradecí el gesto
y la colaboración, aunque seguía sintiendo que
algo estaba cambiando en nuestra relación, algo que no entendía, pero que
tal vez pronto se viera reflejado en
alguna situación cotidiana.
Estaba preocupada por su madre, eso era claro,
pero no en la dimensión que yo esperaba.
Estaba bastante pendiente de mi estado, y si
bien lo que había ocurrido
hasta ahora la había asustado,
parecía haberlo asimilado bastante bien.
-Pá ... ? Qué
pasaría si me quedo sola…?
La pregunta me tomó por sorpresa, casi tan a bocajarro, que a
punto estuve de llegar agarrar la taza que me ofrecía.
-Qué
decís...? Cómo quedarte sola…? Eso no va a pasar. Me voy a poner mejor y seguramente mami te va a llamar en cualquier momento…
Ella
se quedó pensativa un momento, como si oyera algo que mis oídos no captaban.
-Y si
no llama …?
Desde el
comienzo de esto ella no había dado señales de vida. Pero en el fondo esperaba
que lo hiciera. Aunque ya era preocupante.
-Te va a llamar. Seguro que en breve
tendremos noticias de ella.
Me miró algo esperanzada, aunque no era seguro nada en estos días. Había
pasado tiempo, era raro que ni siquiera un mensaje por celu para decir le dónde
estaba, que le pasaba, o solamente para mandarnos a los dos al carajo y que no
la molestáramos.
No era propio de ella, eso era claro.
En ese punto la conocía muy bien, no iba a dejar a su hija así como así, sin
hablarle aunque fuera una vez para que no se preocupara.
El hecho de haberla enviado a casa
hablaba de su interés por que no tuviera que estar sola en ningún momento.
El café era reparador, caliente y dulce, algo que me reconfortó bastante, pero
que a su vez me despabilaba lo suficiente como para que mis sentidos estuvieran
atentos a los requerimientos de ella, algo que podía ser repentino y como casi siempre, difícil de contestar.
-Y si nos quedamos solos Pá...? Y si todo esto no se termina
cuando dice el gobierno…?
Hablaba como si estuviera viendo algo
que se me escapaba, y no solo a la
vista.
-Y si eso pasa, qué vamos a hacer…?
Pensaste eso...?
-No. No pensé en eso porque no va
pasar. La pandemia comenzó con el bendito murciélago de los chinos, y se va a terminar. Más tarde? Más temprano? Esa no lo sé. Creo que nadie lo sabe a ciencia
cierta. Pero va a pasar, hija.
Me sentía un tanto hipócrita al decir
eso. No sabía si sería cierto o no, pero no podía dejar que las ideas extrañas
que parecían bullir en su cabeza fueran haciéndose una bola de nieve
gigantesca, que desembocara en una especie de paranoia, que no era nada
aconsejable y tampoco saludable a su
edad.
A pesar de mi estado algo confuso, me
daba cuenta que algo estaba obrando en su mente, alguna idea tal vez producto
del aislamiento y los sucesos, o tal vez algo propio de su edad en estas condiciones.
Nunca antes se había pasado por esto,
jamás estuvimos en esta situaci6n, por primera vez el hombre moderno, la
humanidad moderna toda, se veía atada de pies y manos ante un enemigo
invisible, minúsculo, impalpable, una amenaza real que solo estaba en nuestra
mente más que en nuestros sentidos, ya que no podíamos percibirlo.
De allí que no supiéramos como atravesar
distintas situaciones, ni manejar muchas otras, en especial dónde había menores
en medio, obligados por los gobiernos democráticos y en estado de derecho, a tener que recluirse en
sus casas, como si de algún régimen autoritario se tratase.
Y yo estaba en esa situación.
Una millennial en manos de un
Neandertal como yo, era de por si una combinación problemática. Sobre todo por
el tiempo que habíamos estado separados en el último año, algo que para mí eran
solo meses y días, y para ella eran siglos en cuanto a lo que vivían en su
micro mundo.
O tal vez no tan micro.
El teléfono interrumpió varias veces
nuestra charla, siempre el servicio de sanidad, controlando que me mantuviera en
casa y no fuera otro más de los que se cagaban en todo y salían a pesar de
saberse en problemas.
Casi como si me leyeran la mente.
Aquello, lejos de hacerme reflexionar
sobre lo que tenía en la cabeza, me hizo recordar que había un número
telefónico en la heladera, el que me dieran los antiguos chinos dueños del
súper, que ya para esta época había cambiado tres veces de dueño. O no.
Los chinos se pasaban los fondos de
comercio unos a otros, por lo general eran familiares, que a su vez compraban o
cambiaban otro fondo de comercio en otro barrio, o en la misma zona, pero lejos
del negocio anterior. Eso explicaba como aparecían en un dos pesos los mismos
que antes tuvieron un súper, o los que se vieran por años en una regalaría.
Aproveché la inspección telefónica,
para buscar el número y llamar.
Me atendió una vocecita que me resultó
familiar, tanto por el timbre como por acento. Obviamente no era ninguna de las
orientales.
La bolivianita de la verdulería estaba
de telefonista.
Debería haberme sentido una porquería
machista, ya que no hacía ni unos minutos era el padre preocupado por su hija y
su ex-mujer que no daba señales de vida, pero bastó que la morochita atendiera
para que mi mente pensara en ese trasero al otro lado del delantal.
Los
tipos no le damos pelota a nada. Es única nuestra capacidad para
desconectarnos de algo y pasar al tema
siguiente, o tal vez ni siquiera al siguiente, a otro completamente diferente.
Al fin de cuentas, si me moría, al
menos habría dedicado mi último pensamiento a ese trasero horas antes de mi
partida.
Pero con la misma facilidad que parte
de su anatomía me había revuelto los pensamientos, la noticia de su padre
enfermo me sacó hacia otros senderos, ya que se notaba la preocupación en la
voz. Estaba asustada y los servicios de salud estaban hasta las manos, cosa que
sabía por experiencia propia. La prepaga tendría que derivar a su padre al sistema público
de emergencia.
Siempre sospeché que estaba floja de papeles, cosa que me confirmó abiertamente,
aunque con algo de vergüenza, ya que algo de mí se notaba que le gustaba. Eso
era un problema en otro ámbito, pero ante la emergencia y la escalada de casos,
especialmente en los barrios más humildes, o los asentamientos, no se
preguntaba tanto sobre el estado de su nacionalidad actual.
Pero en el orden de prioridades
estaban primero los adinerados, los políticos, clase media, nacionales, y muy
luego los que no.
Coincidimos con ella que eran muy
pocos días para semejante zafarrancho, para tantos contagiados, muertos,
internados, y para un gobierno que decía que la curva venía bien. No se sabía a
qué curva se refería.
Un sonido me refirió a la realidad que
la fiebre y el adormecimiento me habían
hecho perder.
Las sirenas.
Una mirada a Serena fue
suficiente para que ella me dijera la cantidad de veces que las había escuchado
en el día, y fueron muchas.
Desde cuando en Caseros se habían oído
tantas veces y tan seguido, ni cuando jugaba Estudiantes de Bs As o Almagro
y había mucho bardo siquiera.
A pesar de mi estado casi superfluo,
notaba que la mayoría se perdía para el lado de la Municipalidad;
-Vio lo que pasa del otro lado? En el playón?
Su pregunta tímida casi me hace
contestar, pero callé.
-No. La verdad es que hace días que no
voy para el lado de la estación.
Del otro lado hubo sonidos a pañuelos
de papel que enjugaban alguna lágrima. La pobrecita estaba preocupada por su
padre, y era muy notorio.
-Habían puesto una carpa muy grande, y
muchos tipos cubiertos con unos trajes
blancos. De esos aislantes. En estos días empezaron a caer muchas ambulancias y
parece que se llenó de gente. Trajeron mucha policía y gendarmería para que nadie se acerque.
Eso más o menos lo sabía, pero no lo
que venía a continuación.
-Dicen que solo dejan a enfermos
especiales, algunos que tienen síntomas que no son tan comunes como el resto.
Recordé la línea que me viera en el
espejo al levantarme la noche anterior.
-Está lleno de esos
Unas voces le hablaron desde lejos,
por lo que se disculpaba por tener que cortar, a lo que solo le pedí el horario
real de cierre de ese día, no el que estaba en el cartelito y no le daban bola, con lo cual le agradecí y prometí ir a verla aunque fuera un ratito.
Serena me tomó la fiebre y estaba casi
normal, aunque el mareo y el dolor de
cabeza no se me iban del todo. Pero la garganta todavía seguía molestando, a
pesar de un antibiótico que me había auto medicado, y que varias veces me sacó del paso cuando tuve
que ir a trabajar como fuera.
Mientras guardaba el termómetro le
pregunté si habían dicho algo de la línea negra que tenía en el cuello.
-Sí. Algo se dijeron entre ellos. No
te acordás ?
Realmente no tenía registro que
hubieran dicho otra cosa que lo recordado.
-Es más. Uno te sacó una foto con el
celu bien de cerca. Se dijeron más cosas por lo bajo, pero trataron de no decir
nada que atrajera a uno de esos tipos que había
afuera, unos todo aislados en trajes especiales. Como los decís vos. Los
Eternautas.
Mi expresión pareció haberla asustado. No tenía ni el más
mínimo registro de lo que me estaba diciendo. Como si hubiera sido otra la
situación que había vivido. Qué tan mal estaba…?
-Había dos afuera, papá.
Me quedé en silencio un momento.
De pronto sentí un miedo que iba
creciendo sin control. Y Carmen que no aparecía...
Tal vez fuera mejor que dejara mi
incursión en el súper para el día siguiente
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