lunes, 18 de mayo de 2020

Pandemia 2020 - 10

Día 10



La televisión mostraba lo último de la pandemia, con detalles algo morbosos, pero se notaba que había cierto control en las noticias.
Serena estaba algo inquieta, como si algo estuviera por ocurrir y no supiera bien qué, lo cual me preocupaba bastante, ya que sus cambios de comportamiento habían  sido muy marcados en los últimos días.
Sin ir más lejos el día anterior ya de por sí había sido muy extraño, con esos momento de dudas, esos silencios, y la extraña sensación  de estar escuchando algo que solo ella oía.
La fiebre iba y venía, pero no me tenía tan atontado como el día anterior, era distinto, me sentía algo confuso por momentos, y el dolor de garganta no se había ido, pero respiraba algo mejor y no me había ahogado desde la madrugada anterior.
Por la mañana había ido al chino en busca de las provisiones, todas las que pude traer al momento de sentirme mejor, bien aislado entre máscara de soldador, barbijo, y campera con capucha.
No era exactamente como los eternautas, pero no contagiaría a nadie en el transcurso de mi compra.
La morochita estaba muy triste, ya que no sabía nada de su padre, que había sido trasladado a un hospital en el interior de la provincia, a que los de la zona estaban abarrotados de gente. Creo que mi condición de padre y persona de bien se impuso a los bajos deseos y malos pensamientos que me habían abordado la noche anterior, dónde su anatomía era una imagen que nublaba mis pensamientos, en vez de comprender su situación personal, y verla como una muchacha muy vulnerable.
Me sentía algo mal al recapacitar en ello, pero como siempre, una pizca de masculinidad me asaltó al verla tan linda con su delantal y esos ojos tan brillantes.
Sin embargo las prioridades eran otras, y había que ponerse a trabajar.
Compré todo lo que me alcanzó el dinero, y también lo que me daba para cargar encima, si bien es taba cerca, no era para andar con todo que se me cayera por el camino.
Había suficiente  para un buen tiempo, tal como se veía con los otros compradores, que estaban llevando al igual que yo, más de lo que seguramente necesitaban.
No se sabía cuánto duraría esto, pero era seguro que daba para mucho, a juzgar por cómo se informaba en la tele, y en las mismas conferencias de prensa que daba el gobierno.
Ya en casa me había puesto a cocinar y preparar bastante comida, tanto para el freezer, como para la heladera nomás, cosas listas para cocinar o freír en minutos, junto con varias pre-pizzas que dejé listas para meter al horno, bien envueltas en film.
Serena tendría clases de cocina fast food en breve, sumadas a las del colegio que iban menguando a mediada que los profesores dejaban de subir tarea a la plataforma del colegio, por enfermedad en muchos casos, o por diversos problemas, que la institución listaba de forma periódica en los mails o el Facebook del colegio.
Carmen me preocupaba, seguía sin llamar a nadie. Ni a Serena ni a mí. En la oficina no sabían nada de ella ni su jefe, era como si hubieran desaparecido.
Aquél no era el único caso, hubo muchas personas que se habían esfumado en el aire al momento de decretarse la pandemia. Algunas que habían caído en hospitales o asilos, y otras que simplemente ya no se las hallaba en ningún lado.
Los diarios y los noticieros apenas si lo mencionaron al principio, pero con la velocidad a la que los hechos se iban desarrollando, era imposible seguir con temas que requerían tanto trabajo de investigación como aquél, teniendo noticias muy calientes a cada momento.
Sin embargo yo no me olvidaba de ello.
Mi mujer estaba en esa lista, aunque de forma tangencial, ya que hacía un día nomás que se había , dado parte a la policía. Me habían llamado un par de veces, una de las cuales estaba durmiendo con fiebre, y Serena contestó hasta dónde pudo.
Por la tarde hubo gritos en la cuadra, ruido de frenos a mitad de cuadra, y luego sirenas que venían a toda prisa hacia nuestra cuadra.
Una persona se había en la calle para no levantarse más.
Desde la ventana no podíamos ver bien que sucedía, el ángulo no era bueno ni ahí, solo nos dejaba ver la culata de un auto atravesado en la calle, y  las voces de varias personas que gritaban algo en las radios que llevaban.
El celular me sonó y pude constatar que era de un vecino que justo lo tenía todo en frente de su ventana, a la cual tuvo la velocidad de bajar las persianas, dejando solo una rendija para poder espiar, a sabiendas que cuando llegara la policía, seguramente tantearían todas las puertas y ven tanas para ver quien estaba tratando de ver algo.
Un hombre venía del súper de la otra cuadra, hombre con mucho dinero se notaba, a juzgar por los precios de ese local, cuando cayó de forma abrupta de cara contra el suelo, y allí se quedó.
No era un hombre mayor ni nada, tal vez unos cuarenta años, decía este vecino, y él se aprestaba a llamar a la emergencia, justo cuando un auto doblaba la esquina y encaraba nuestra calle.
De allí en más era como lo sentimos nosotros.
Le pregunté si el hombre se levantaba o no, si se movía, a lo que me refirió que de ninguna manera,
evidenciando que en su caso no había tenido experiencias con reanimación luego de la primera muerte.
En ese mismo instante la televisión mostraba varios casos de personas que iban cayendo súbitamente en las calles, sin preaviso o nada que lo motivara, y sin volver a moverse más.
Inmediatamente varias señales fueron sacadas del aire, y sus noticieros reemplazados por publicidades que se hicieron eternas hasta lograr iniciar algún otro programa que llenara el espacio.
Todo estaba muy controlado, hasta tal punto que la señal de WhatsApp también cayó, y no pude chatear más con ml vecino.
Algunos mensajes que Serena estaba enviando y recibiendo también quedaron truncos, con lo que cualquier teoría conspirativa tenía mucho asidero.
El ciber-patrullaje estaba a full nuevamente.
Patrullero y ambulancia llegaron en minutos, con lo que se activó el protocolo de emergencia en la calle misma, y se montó un operativo especial para cubrir y retira al hombre.
Los policías ponían especial atención a las ventanas y las persianas que aún no estaban bajas, a cuyos propietarios les indicaban con megáfono que las cerraran.
Busqué en un cajón una vieja radio que tenía de cuando era chico, una Spica que perteneció a mi viejo, y que con dos pilas doble A funcionaba de maravillas.
Allí capté una emisora que estaba trasmitiendo desde algún lugar recóndito y muy bien oculto, en el cuál varios jóvenes contaban lo que estaba ocurriendo en varios lugares del país, sin omitir detalle alguno, ni guardarse opiniones que surgieran de ello.
Tal vez la frecuencia o la localización no les fuera fácil a los equipos que estaban interviniendo todas las emisoras y los canales de televisión, ya que hablaban sobre los "centros", donde la gente que estaba enferma era llevada, pero en especial aquellos con marcas como la que tenía en esos momentos.
Esos en especial eran los más buscados, ya que era algo que se salía de la normalidad del común de la gente enferma.
Recordaba que mi hija me comentó de la foto que habían sacado de esa vena negra que me recorría  el cuello, y que estaba un poco más negra todavía.
De acuerdo a estos chicos, esos centros no se ocupaban de gente enferma, o de tratarlos, estaban para aquellos que tenían esas características, como en mi caso.
Eso me daba mucho miedo.
No me podía escapar, no tenía dónde ir, y ellos tenían absolutamente todo controlado. No tenía escapatoria, y era consciente que sabían de mí. Solo porque mí temperatura no era lo que ellos consideraban suficiente, y solo era una vena, no me habían  trasladado al carperío del otro lado de la vía.
Lo peor del caso que seguía sin sentirme bien para nada.
Pero mi preocupación era mucho mayor, debido al descubrimiento que había realizado esa mañana en el espejo del baño.
Había más marcas en cuerpo.
Acomodando los espejos laterales del botiquín sobre el lavatorio, pude verme la espalda, contemplando con mucho espanto esas venas tan negras y feas recorriendo desde la altura de los riñones hasta la base de la nuca.
Tres eran las más notorias, y una estaba a mitad de camino, casi llegando a los omóplatos, lo que le conferían una importancia mayor a la que ya tenían.
No le dije nada a mi hija, y traté de no aparecer con el torso descubierto cerca de ella, ni lejos tampoco.
Por qué eran tan especiales esas marcas? Qué le conferían a los infectados?
De acuerdo a lo que iba oyendo, un miedo paralizante iba creciendo en mi interior, una sensación muy fea de soledad, de desasosiego, pero sobre todo algo que jamás me había ocurrido, la vida. Por primera vez no veía un futuro posible, no tenía esa sensación de salida, de mejora, algo que siempre me había caracterizado, porque creía que siempre había salida a cualquier situación, siempre había varias soluciones para el mismo problema, hacía una reducción a lo esencial cualquier situación para poderla abordar, en mi cabeza había una idea de lo que haría más adelante, de lo que me gustaría hacer, de lo que haría para mi hija, para mi vida, para Carmen inclusive, pero en esos momentos solo veía negrura, la nada misma. Aquello era lo peor.
Nada me hacía ver cómo salir de esta situación, al menos en lo personal, pero ni siquiera como haría Serena, sola en medio de esta pandemia, con todo en contra, sin nadie que la ayudara o cuidara de ella, tan solo con doce años, pero doce de los de ahora, en los cuales ellos necesitaban asistencia para todo, dónde no le $importaba el cómo o el porqué de las cosas, sino su vida útil y nada más, dónde estaba servido y listo para usar, para comer, o para vivir.
Ella y su generación no tendrían más a los que les habían todo, a los que los mantenían, más allá que hubiera algunos a la vieja usanza, que se daban maña para cualquier tema, pero eran los menos debía resistir todo lo que pudiera, todo lo que me dieran las fuerzas, ante un enemigo que no se veía, que entraba a tú cuerpo por dónde menos lo imaginabas, y que te iba minando de a poco en algunos casos, y de forma fulminante en otros.
Serena también escuchaba con atención, algo que no siempre sucedía en los últimos tiempos, dónde no importara que es lo hiciera, ella seguía en sus asuntos, sin darle mayor importancia al entorno dónde estábamos. Pero esta vez la situación era grave y ella lo entendía.  Había pasado mucho en pocos días, más de que había pasado en el último año, y todo se había precipitado de manera muy veloz.
Había un control muy férreo sobre las comunicaciones, sobre las noticias de último momento, y un discurso que se orientaba a mantener las cosas en una calma que a todas luces no existía.
La gente se moría en cualquier parte, y se manifestaba ello de maneras muy extrañas, casi fantásticas e irreales.
Las redes filtraban imágenes y vídeos que a veces eran muy perturbadores, más allá de su veracidad o no, estaba la sensación que dejaban, cuyo correlato era el despliegue de fuerzas militares y de seguridad, la forma en que hacían los distintos operativos, o la recolección de los cuerpos que se denunciaban en las calles, aquellos que se levantaban luego de haber estado muertos, y solo se movían unos minutos para volver a morir, esta vez definitivamente.
Tampoco concordaban los números de los infectados y los muertos, con los hacinamientos en los hospitales y los improvisados centros de emergencia, pero sobre todo, esos "centros", que eran territorio exclusivo de científicos que trabajaban en el total anonimato, y con la mayor de las custodias.
La señal de radio iba y venía, víctima de miles de interferencias, tal vez naturales o provocadas y que a veces la hacían perder, pero cuando aclaraba era dónde las cosas sonaban peor.
Habían recabado muchos informes de gente con esas extrañas marcas, gente que iba cambiando lentamente, y cuyo cuerpo se deterioraba con rapidez, pero hasta dónde ellos sabían, luego de eso la mayor parte era hallada por los militares y la policía, con que dejaban de saber sobre su paradero.
Allí eran dónde eran llevados a  los "centros", en los cuales el secreto y la férrea vigilancia ha cían imposible saber sus actividades.
En algún momento el sonido a fritura nos dejó sin radio, sólo un ruido bajo y un silbido agudo que pareció eternizarse hasta que la apagué.
Habían logrado interferir la señal.
La televisión estaba dando publicidades, algunos canales daban documentales muy viejos, y otros ponían reposiciones de viejas entrevistas a distintos personajes de la cultura o el mundo artístico.
No había informativos por el momento.
En las redes la lucha continuaba entre los hackers y el gobierno, la guerra contra el ciber patrullaje era feroz, pero los que tenían la mano en el interruptor eran los que gobernaban, a veces se cortaba internet y las cosas se enderezaban de nuevo.
En el norte de América las cosas se habían salido de cauce desde el vamos, y en Europa los brotes y rebrotes estaban haciendo estragos.
No se podía creer lo que venía de China, afirmando que estaban controlando la pandemia, y se disponían a pasar a una nueva fase de apertura. Se decían que en realidad estaban peor.
Con la radio llena solo ruidos a fritura, mi sentidos volvieron a la realidad, lo que me llevaba a apagarla pero no  sin antes intentar buscar alguna otra emisora que también estuviera emitiendo  en alguna banda menos  frecuente.
Moví el dial con lentitud extrema, afinando el oído en busca de algún sonido que semejara una voz, hasta que al final, casi cuando desistía  de ello, una verborragia atronó en el parlantito.
Una señal evangélica.
El Pastor vociferaba  contra los infieles, contra los no creyentes, contra aquellos otros que se burlaron de las enseñanzas de  Dios, desafiando sus  doctrinas y  enseñanzas, desviándose del camino que El nos habla señalado, y  que la pandemia que estábamos sufriendo era consecuencia directa de ello.
Nada era al azar, decía el pastor, nada era fortuito, era el castigo por nuestra soberbia, nuestra dejadez, nuestro abandono de lo que nos rodeaba,  pero sobre todo, por nuestra falta de Fe.
Dios nos estaba castigando, y eso era evidente en las escrituras que así !o mencionaban, algo que estaba escrito desde el comienzo de los tiempos, el castigo  que sobrevendría a aquellos que desafiaron las sagradas enseñanzas, y  que serían sumidos en la más profunda de las catástrofes, en las de la propia impotencia.
Serena llegó y me apagó la radio, su rostro era una máscara  extraña e irreconocible.
-Hoy no escuches eso Pá…
Nos quedamos un momento en silencio, cada uno tratando de adivinar los pensamientos del otro, debida a una acción que desconocía en ella.
Era la primera vez que algo así sucedía…
Intente preguntarle el porqué de su acción, a lo que negó suavemente con la cabeza.
=Después... - Me dijo con suavidad
Y acto seguido se llevó la radio.
No discutí la situación, sino que dejé que todo siguiera su curso. No había necesidad  de entrar en un terreno que no estaba seguro de querer reconocer.
La actitud era por más extraña era cierto, pero algo dentro mío me indicaba que no debía tratar de escarbar en el porqué de ello.
Sí me asustó su expresión, esa mirada tan rara que no era conocida de ninguno ocasión, y que evidenciaba su disgusto a los que el pastor estaba diciendo en esa radio.
Dejamos las cosas  como estaban, cada  uno con lo suyo, ella en su teléfono de a ratos, y yo con la televisión mirando cosas viejas que estaban reponiendo.
La tarde transcurrió sin mayores problemas, salvo la pequeña siesta que tomé a eso de las cinco de la tarde, y una merienda muy silenciosa, dónde no hablamos de nada importante, como si fuéramos dos desconocidos que la tragedia habla reunido en esa casa.
La fiebre empezó a subir casi entrada la noche, en los 38 y medio, y un poco de agitación al respirar. Todavía era controlable, con la ayuda del antipirético, por lo que no consideré necesario llamar a la emergencia o el número que le habían dado a Serena.
Preparamos algo muy rápido, unas hamburguesas con un poco de puré, del instantáneo como le gustaba a ella, y un poco de tomate para mí. Agua saborizada fue lo común para ambos, pero nada de postre.
Luego de la comida me quedé con la tele, cuyos noticieros estaban contando una versión edulcorada de lo que sucedía con los contagios, mientras el sonido de las sirenas de las ambulancias estaba eclipsando cualquier otro que ocurriera a la par.
En  algunos balcones del edificio lindero se oyeron gritos e  insultos, varios gritos de susto denotaban mujeres que estaban ante alguna situación desagradable, pero nada de eso me conmovió, era como si todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor fuera intrascendente, como si no me afectara en lo más mínimo.
Tuve la sensación de estar en algún lugar muy alto, muy lejos de todo, con el sol del amanecer dándome de lleno  en el rostro, sintiendo la brisa mientras el aire fresco me envolvía en un  último abrazo.
Loa sonidos se fueron apagando, y solo quedó el  lugar tan alto, desde dónde se veía toda la ciudad al amanecer.
Era un espectáculo grandioso, único. El amanecer en todo su esplendor, sobre una ciudad vacía, una ciudad sin vida, solo la brisa de la mañana y  el rumor del viento suave en los oídos.
Luces brillantes surgían entre las casas, entre los edificios, luces que se movían por las calles y entre los autos estacionados, que tal vez nunca más se volvieran a mover.
Eran como auras, resplandores pequeños desde esa altura, que aparecían en distintos puntos de esa ciudad desolada, como seres vivos, como entidades que ahora eran las soberanas de ese cementerio de concreto, en un mundo que ya no tenía nada que ver con el que yo conociera.
Esas auras no éramos nosotros, ni siquiera alguien que conociéramos como otros seres humanos, eran algo distinto, algo que venía a quedarse con este mundo, a reemplazarnos, a cambiar las cosas, los verdaderos herederos de la tierra.
Sobre el horizonte una nube oscura surgía y se agrandaba en mi visión. Un fenómeno que no era nada bueno, y vaticinaba malos presagios.
Un sonido estridente iba creciendo a medida que la nube avanzaba, un sonido familiar y a  vez temible. El rostro de Serena iba cobrando forma entre mis ensoñaciones, un rostro triste y lleno de lágrimas.
La nube se convirtió en una tormenta, cubriendo todo ese hermoso cielo azul que viera hacía unos momentos, a medida que ese estridente sonido colmaba mi mente.
El sacudón me despertó, trayendo a la realidad mi mente y mis pensamientos. El rostro de mi hija era una máscara rara de dolor y desamparo.
-Es la policía, Papá. – Me miraba como sabiendo de antemano lo que esa llamada significaba
Aún víctima de mis desvaríos por la temperatura, me levanté y acudí al aparato de línea, un objeto que también podría llamarse en vías de extinción.
-Buenas noches, sr… -La voz fría e impersonal – Le habla el comisario…. En relación a la denuncia sobre la desaparición de su esposa, queremos informarle…
Serena rompió en llanto como si estuviera pegada al auricular, y no sentada a tres metros mío, las palabras que siguieron o eran más que una idea que tuve de pasada cuando ya Carmen no contestaba los mensajes. 
Los informes del nosocomio dónde habían estado internados junto con su jefe, eran determinantes. Ambos habían sido infectados y habían muerto.
La nube era una tormenta, y en ese preciso momento, durante aquella conversación telefónica, se estaba desatando la última tormenta de la Humanidad.
De Esta Humanidad.



























































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