Día - 11
Era hermoso ver
como resplandecía.
Tal vez era una apreciación mía,
pero cada día que pasaba era innegable que estaba más linda, más radiante, como
si fuera un sol que estaba naciendo, como si toda la luz del mundo fuera a
anidar en ese rostro juvenil, haciéndolo refulgir de tal forma, que parecía
iluminar a los que estábamos junto a ella.
Había pasado el médico y comprobado
mi caso, no era necesario un hisopado, a mas que ya no había reactivos casi que
en el mundo entero, para saber que el virus me había invadido de forma
alarmante, pero lo mejor de ello fue saber que Serena era inmune naturalmente.
Su sistema inmunológico era
perfecto, había rechazado el virus, lo había pulverizado, y podía andar por la
vida sin las protecciones que todos necesitábamos.
De acuerdo al médico que me
atendió, había muchísimos casos de chicos de esa edad, inmunes a la pandemia, y
que se reportaban cada día más casos verificados.
Era un aliciente saber que entre
los recuperados y ellos, quedaría alguien en este mundo para sobrevivirnos.
No iban a internarme en ningún
lado, ya no había camas, el carperío enfrente de la Municipalidad estaba
desbordado, ni siguiera ese ejército de eternautas pudo contener la plaga que
se había abatido de buenas a primeras, a pesar de todo lo que el presidente
decía por la tele, sus expertos infectólogos, y más de un chupamedias que hacía
de repetidora gubernamental.
Como toda prescripción médica tenía
un antifebril, algo para la tos, y un número que debía usar en caso de crisis
terminal, en la que ya nada pudiera calmarme, ni siguiera un tubo de oxígeno
que debía cambiar cada dos días, y que debía aplicar en caso de ahogarme mucho.
En la televisión ya no había casi
programas en vivo, muchos conductores estaban enfermos y no concurrían a los
canales, las emisoras daban repeticiones de charlas o películas, y los
noticieros eran conducidos por una sola persona desde su casa.
Tampoco había palabras triunfales
como que nos dijeran que todo estaba bajo control, ni que estábamos aplanando
nada, y que el rebrote, luego de unas tibias medidas de apertura, hubieran
hecho los estragos que se veían en la realidad.
Había suficiente comida para un
mes, ya que fui con todo el dinero que tenía encima al súper y a los chinos que
aún estaban abiertos, a comprar todo lo que necesitara. Más que nada por
Serena, ya que no sabía que podría ocurrirme de seguir en ese estado.
Había sacado un viejo microondas
que tenía guardado, y le había explicado más o menos su funcionamiento, cuando
no podía levantarme, ella podía sacar algo ya preparado para calentarse y poder
comer sin ayuda paterna.
Había tomado la muerte de su madre
con toda la entereza e hidalguía posible, para una chica de su edad, algo que
me enorgullecía, pero a la vez me causaba una pena muy profunda.
Perdió a su madre, y era casi
número cantado que perdería también a su padre. Y en este caso era muy probable
que lo viviera
en directo. Eso me ponía peor.
Carmen había sido una buena madre,
la había querido, sobreprotegido, y lo había hecho hasta último momento,
sabiendo que estaba infectada y enviándola conmigo para que no se contagiara.
Había fallecido por una falla multiorgánica, ocasionada por enfermedades
previas, era alérgica, hipertensa, y tendía a enfermarse con regularidad cada
vez que entraba el otoño, algo que este tipo de virus sabía utilizar como el
mejor.
Serena lloró mucho, gritó otro
tanto, y hasta creo que me odió en parte, pero logró aceptar que podía suceder
le a cualquiera de nosotros, hasta a ella misma inclusive.
No fue fácil, nunca lo es, y menos
en esta situación tan particular dónde todo lo que nos rodeaba era algo muy
cercano a la muerte. Tuvo un par de días en que estuvo muy ausente, casi
encerrada en su cuarto, sin comer conmigo o hablarme siquiera.
La entendía. A pesar de mi estado en general, la entendía.
En
el laboratorio donde trabajaba Carmen se habían producido varios casos, muchos de ellos mortales, como así también en
otros lugares que me eran más
familiares.
En mi trabajo específicamente.
Allí hubo tres
infectados y un muerto, cifra
que se incrementaría conmigo en
breve.
A
nadie le gusta
morir, eso es
obvio, pero algo había
cambiado dentro de mí,
algo que me hacía ver las
cosas de otra manera, de
una forma distinta, ya
no temía a la muerte corno me hubiera pasado hace
unos días nomás.
Estaba tan mal por
momentos, que el
descanso eterno sería algo
así corno un
premio para mi
salud. No más tos,
no más ahogarme,
no sentirme desfallecer, a
veces era un suplicio del que
se sabía
no había forma de
mitigarlo. Cada persona era
especial, por eso el
virus manufacturado podía variar
en como atacar
a cada organismo.
Siempre iba por
la vías respiratorias, pero si
no encontraba corno reproducirse, el sistema circulatorio le venía bien, o el linfático, y al principio el digestivo.
Atacaba zonas
sensoriales como el gusto y el olfato,
cosas que en un
principio no se habían
tenido en cuenta,
y que ahora
formaban parte de la larga lista de síntomas que
podían aparecer antes de su ataque frontal.
Salvo estos últimos,
yo tenía todos los
síntomas, no me faltaba nada salvo la
bolsa negra dónde la familia
completa del tano de la otra
cuadra había salido.
No
sé bien cómo, pero Serena logró
comunicarse con un muchachito del edificio que
está al lado, dónde sabíamos
que la famosa ambulancia nocturna se había llevado a
gente mayor, todos fallecidos, y
a varias personas no tan grandes.
El
chico tenía algo así como 15 o 16
años, pero era alto y parecía de
más edad, a juzgar por las fotos que me mostró, con lo que podía salir a hacer compras
sin que nadie lo parara.
Igualmente no quedaban muchos
lugares para comprar, y no había tanta policía para controlar.
Los
súper y otros negocios habían cerrado al mermar su
personal, y al desabastecerse
en parte por la merma a su vez de los
proveedores.
Era un círculo vicioso que solo
tenía un
fin, y era
que no estaba quedando tanta gente corno para hacer las cosas, ni para
trabajar, ni para curar, ni para
sobrevivir.
Serena le había pedido algunas cosas, que este chico le compró cuando
salía.
No sé a ciencia cierta qué pasó con sus padres, si
viven o no, ya que mi hija no me cuenta nada
sobre él, salvo que se conocían desde antes de conectarse en
las redes.
Mi cerebro no estaba para ese tipo
de cosas, por lo que no traté, ni me molesté, en preguntar más.
Así
fue como me enteré de los cierres
de los negocios, y la sucesión de
muertes en la vecindad. Ya no podía
salir, y a duras penas ponerme en
pie.
Dormía mucho
y soñaba poco, y
lo poco eran pesadillas,
situaciones irreales y apocalípticas que no
tenían sentido en mi imaginario más delirante.
Sabía de alguna manera
que Serena a veces se quedaba pensativa y estática, corno
si alguien le hablara, o estuviera
leyendo algo invisible a mis ojos,
cosa que tal vez fuera así
debido a mi inconsciencia intermitente, para luego ir a la
compu y entrar a sus chats, dónde
otros adolescentes se conectaban con
ella, y hablaban corno si se conocieran
de toda la vida.
Nuestro vecino fue uno de ellos.
A
veces me despertaba de a ratos, ella estaba frente al televisor
del cuarto, y me comentaba algo que daban en canales del exterior que aún
funcionaban en vivo, o casi, y que
entre la tragedia que estaba causando la
pandemia, rescataban la limpieza que
la naturaleza estaba efectuando en
el planeta.
Seguramente ese virus
vendría a ser la escoba, y
nosotros la basura a barrer.
Se
había cerrado el agujero de
ozono, los mares se habían
limpiado en un porcentaje muy alto, y el smog y la polución ambientales casi habían
desaparecido.
Ya
no había países pobres o
ricos, solo sobrevivientes luego de
un cataclismo viral, todos eran pobres y dependientes.
Las economías mundiales tardarían
décadas en recuperarse, si es que
lo lograban, y las industrias y los
comercios estaban en situación terminal.
No quedaba mucha gente en pie para
hacer funcionar muchas cosas.
Todo eso me
lo contaba con algún
grado de satisfacción que me era
incomprensible para una chica de su edad,
aunque debo reconocer que
tampoco era la millennial que había
bajado del remis apenas se dictó la
cuarentena.
Toda esa
generación de chicos
había nacido en medio de la
tecnología y el mundo de
los servicios. Nunca necesitaron tratar de investigar algo, ni de
molestarse en aprender cómo funcionaba algo. Si no andaba se tiraba y se buscaba un reemplazo.
Sin embargo eso había cambiado.
Cuando lo del microondas, se
tornó su buen tiempo para aprender su
funcionamiento, así corno para mejorar
el rendimiento de su teléfono y la compu,
y así también en aprender a
hornear cosas que aparecían en internet.
Había cambiado en cuestión de días,
tanto que hasta daba la sensación de poder auto gestionarse, sin necesidad
paterna alguna. Era increíble.
Pero lo que más me llamaba la
atención era esos momentos de silencio expectante, en los que su cabeza parecía
estar a miles de kilómetros de nosotros, o al menos de mí.
Así la vi el día que reapareció
desde su cuarto, lejana y muy fría, pero ya no con ese sentimiento de rencor
hacia mí, que tan evidente había sido luego de la llamada de la policía, y la
noticia fatal sobre Carmen.
El cambio fue notorio en ese
momento, en especial cuando algo hizo un clic dentro de su mente, y su actitud
cambió para con nuestra convivencia. Se mostró más atenta, cambió sus modos, y
hasta se diría que tomó en cuenta que probablemente su familia terminaría allí
mismo en cuestión de horas o días tal vez.
Cada tanto me dejaba la radio, a
veces para escuchar estática, alguna señal muy débil de alguien contando sobre
alguna zona que estaba siendo devorada por la pandemia, o voces perdidas en el
éter que anunciaban la llegada del Juicio Final.
Cuando eso sucedía ella venía muy
decidida a llevarse la radio.
-Yo puedo decirte todo eso, Pá. No
necesitas la radio para lo que viene.
Obviamente no estaba en condiciones
de hacer valer mi condición de adulto responsable, menos ante una adolescente
que estaba mostrando tantos rasgos de madurez que hasta me asombraban.
Mi cuerpo seguía cambiando,
llenándose de esas venas negras, mientras la piel se volvía blanca y casi
transparente. Era un desastre que debería haberme horrorizado, pero que no lo
hizo. Esa imagen que el espejo me estaba devolviendo, la asumía con total normalidad,
con entereza, como si una voz interior anunciara que ese cambio corporal estaba
completamente justificado.
Notaba la vista algo velada, no
tanto como debería, teniendo en cuenta el estado de mis globos oculares, mis
pupilas, que eran espantoso de contemplar, aunque el sentimiento que me
embargaba en ese momento era distinto, no tan dramático como debería suponerse.
Logré levantarme y caminar un poco
por la casa, no mucho, lo suficiente para que todas mis articulaciones
protestaran a coro, y mi malestar fuera más notorio, algo que entendía debía
hacer para tratar que mi cuerpo no quedara convaleciente durante el resto de
los días. Los que fueran que me quedaban.
Me acerqué a la ventana del
comedor, la cual estaba con los vidrios cerrados ante las cortinas de tela,
pero con la persiana levantada, bastante como para ver la calle desierta y muy
sucia, llena de basura y papeles que se arremolinaban ante la mínima brisa, con
unas veredas que daban lástima de tanta tierra y abandono.
Me quedaba claro que no era nuestra
culpa, ya que las veces que solo nos habíamos asomado un poco a limpiar los
vidrios desde afuera, un móvil se había acercado raudamente a invitarnos
obligatoriamente a entrar a casa.
El cielo estaba raro, feo, a pesar
del sol que se adivinaba que hubo en ese amanecer, siendo la imagen de una
tristeza inconmensurable.
Estaba contemplando mis últimas
horas de esta pandemia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario